jueves, octubre 9


Veía al otro como algo estático y era porque yo mismo me amparaba en esa falta de movimiento, en la seguridad de lo conocido. Pero exploté, no era posible vivir de esa forma, el espejo terminó reflejando lo de adentro, lo cambiante. Fue así que observé lo eterno de lo efímero, la permanente impermanencia de un respirar solar, de un latido del corazón. Todo lo mismo de todo, el mandala, la rayuela. Y si no hay comienzo ¿cómo podría haber final? Por eso es lo mismo todo, por eso el reflejo, por eso el movimiento.

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