"no entorpecer los pensamientos con el peso de los zapatos"
que no se me olvide que no se me olvide.
"mejor no entorpecer los zapatos con el peso de los pensamientos"
-chamico, la vida.
Iban caminando por una bajada llena de piedras. En realidad eran adoquines y piedras, da igual, la cosa es que unos pies comenzaron a doler. Está sacrificado este camino, dijo ella, a lo que él respondió –esta güeno pa’ los que tienen pie plano, como yo.
Primero pensaron en un fakir, luego en esos chinitos pelados que caminan sobre brasas ardientes. Finalmente llegaron a la conclusión de que era una especie de reflexología, pero como habían piedras muy chiquititas se trabajaba con principios puntillistas. Quizás algún día se puedan llegar a conocer todos los colores que tiene un pie. Igual es verdad que algunas cosas se ven mejor desde lejos, aunque probablemente dependa de las distancias y ojos de cada uno; ella que no tiene pie plano prefiere ir por la vereda.
Los adoquines pedregosos de la calle están pegados a la vereda. La vereda está pegada a los pedregosos adoquines de la calle. Segunda conclusión de la bajada: se puede caminar juntos sin abandonar el pie propio.
Esas máquinas con forma de animales, autos y naves que hay dentro de los supermercados u otros lugares así de comerciales –en las que se echan cien pesos y viaje de dos minutos para los pequeños- son la atomización del carrusel. Claro, este último “nace” en Francia en el siglo XVIII, como una entretención de la nobleza, que era la única que podía permitirse semejante lujo, sobretodo porque unos cuantos sirvientes debían empujarlo para que funcionara. Incluso hay antecedentes anteriores en un Asterix que tengo, lo que nos sitúa en el año 50 antes de cristo. Lo que los galos nunca imaginaron es como este artefacto pudo propagarse más allá de su contexto socio-cultural particular. Y por eso es que hace falta la historia, para comprender el devenir de las cosas (y cosas es todo), sus relaciones con otras cosas, los nuevos nombres de las cosas y la creación de nuevas cosas.
o. En los 70’ ocurriría algo inesperado. Japón, ya asegurada como potencia mundial de la tecnología y economía capitalista, idea el diseño de una máquina más pequeña destinada a funcionar de modo individual. Se trataba de un solo caballo (o yegua, quién sabe), ésta vez sin un fierro atravesándolo, más bien con riendas de plástico que aseguraban un agarre firme para el pequeñín. Si bien hubo una transformación importantísima –el caballo dejó de girar y subirbajar en torno a un eje para dedicarse a columpiarse y temblar repetidamente-, ésta no menoscabó su popularidad, por el contrario, la aumentó debido a la multiplicación de maquinitas y el módico precio que alcanzó la diversión, haciéndose accesible a diferentes culturas y clases sociales, además de traslapar un elemento lúdico grupal a la creciente estructura individualista que impregna las sociedades, las mentalidades y la tierra entera en su redondez atómica.